EL CUENTO, primer borrador
PROCREACIÓN
Autor: Horacio de la Rosa
Una espesa niebla llenó de frío ese bosque de pinos, el humo contribuía
al espeso ambiente que era iluminado apenas por una lumbrera que crecía cada
vez más. Baruk sabía que era crucial arder los troncos más grandes, esto
aseguraría tener brazas toda la noche, afortunadamente en el inicio de la
temporada de lluvias las ramas secas se encontraban por doquier, de esta manera
Alek con su eterno casco de astronauta solo tenía que deambular no muy lejos
del fuego levantando cuanta rama podía su pequeño cuerpo de aproximadamente 5
años de edad. Como un cono con la punta arriba, la estructura de esa fogata,
serviría para coser primero un par de piezas de pollo y más entrada la noche daría
calor hasta el lugar que los dos pequeños habían elegido para dormir desde hace
ya varios meses.
Las ramas tiradas crugian a cada paso firme que Baruk impulsaba,
atrás de él como fiel compañero estaba Alek.
Entraron a un bosque de ocotes altos y viejos, ahí estaba como una
bella alfombra de color canela quemada, la yesca que llenaba hasta el más
pequeño espacio, las pisadas entonaban unos sutiles sonidos que preludiaban paz
e imnosis. Pararon al escuchar la sordidez de ese nuevo silencio, el corazón de
Baruk latió más rápido, Alek confindido solo atinó a observar a su eterno guía,
en una fracción de segundo la red subió saliendo de entre la yesca para llegar
a elevarse un metro de la tierra y con ella, ellos. Un goteo comenzó a caer de
la red, el pequeño Alek mojaba sus pantalones al tiempo que de entre los
árboles salían unas mujeres con sogas y cuchillos en las manos.
La mujer mayor vio con frialdad los rostros de sus presas, su
mirada recorrió la textura de su piel expuesta, no tardó mucho tiempo en
voltear para ordenar enfadada a una de sus seguidoras que dejara de afilar el
cuchillo. El asombro y la decepción transformó la mirada de sus amigas, ahora
con los hombros caídos se acercaban a mirar aquella red que contenía a los niños
que no podrían comer.
De regreso las pisadas de ambos solo podían responder a una
inercia que los alejaba de la verdad estremecedora de no poder cumplir sus
deseos, caminaban con el más puro estilo jamás diseñado por criatura viva, a
cada paso que dejaban atrás, era como un repetido caer en el que el siguiente
paso los rescataba, pero al final ellos sentían un eterno viaje de caída hasta
el inframundo de su existir cotidiano y tedioso.
Ya en su refugio de los no humanos, Alek contemplaba como Baruk
sentado acariciaba la tierra con la cabeza mirando a su ombligo, Alek se acercó
y curioso pudo mirar quizá no por primera vez, pero sí por primera vez
consiente de lo que miraba, un pequeño borde levantado, que anunciaba una
perforación en la nuca de Baruk, era escalofriadamente cierto, el viaje lo hizo
y los deseos los formuló, una máquina.